La Rosa de Naran 1

Sinopsis


Zailën se divide en dos mundos opuestos en los que humanos y mágicos conviven sin mezclarse. Existen cuatro reinos de la luz custodiados por los guardianes elementales, que mantienen el equilibrio con las gemas de poder.

Katia crece entre humanos y recibirá un regalo que cambiará su vida para siempre: una carta y un místico objeto tan poderoso que, en manos equivocadas, supondría la destrucción de ambos mundos.

Descubrirá quién es y cuál es su destino. En su interior anida un poder que tendrá que aprender a dominar antes de que la destruya. El destino la hará enfrentarse a multitud de aventuras en un mundo de fantasía, a luchar por amor, conocer a seres increíbles y enfrentarse a sus miedos por el bien de Zailën.









Magia, aventuras y sentimientos es lo que hallaréis en sus páginas....


¿Os atrevéis?



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CAPÍTULOS UNO Y DOS





1
UN DESEO DE CUMPLEAÑOS




Emma se hallaba frente al espejo contemplando su vestido nuevo. Era largo hasta los tobillos, de cálido algodón azul con bordados plateados y dorados. Llevaba los hombros al descubierto, un detalle que su marido escogió especialmente para ella. 
Aquel era un día muy importante y quería estar, cuanto menos, presentable. Celebraba sus sesenta y cuatro primaveras, una edad envidiable para muchos en su pueblo ya que apenas una veintena llegaban a cumplirla. Emma vivía en Noridor, una pequeña aldea de Rojam situada en Zailën. Al ser un valle rodeado por el rio Nissa, y gracias a la vegetación, la región era conocida en todo el reino por la calidad de sus frutas y verduras. 
Mientras se peinaba, pensaba en cómo había cambiado su vida. «Los años no pasan en balde», le dijo su padre en cierta ocasión, cuando aún era muy niña. ¡Cuánta razón tenía…! Su cabello, antaño negro y brillante, ahora se veía blanco y ligero. Su cuerpo, frágil y liviano, se había degradado con el paso de los años cubriéndose de varices y arrugas. Sus ojos de color verde esmeralda reflejaban el conocimiento adquirido con la edad. 
—¿Se puede, Emy? —preguntó Ron abriendo la puerta del dormitorio. 
—Claro. 
Ella se quedó mirándole. Estaba espectacular con sus pantalones de ante negros y su camisa gris. Él también había cambiado mucho con el paso de los años. Llevaban juntos desde que tenían dieciséis años. Con el consentimiento de su padre, Ron le pidió matrimonio delante de todo el pueblo, en la festividad anual de los corderos, que se celebraba cada primero de Julio. Los habitantes se juntaban en la plaza y desayunaban, comían y cenaban cordero. Había música y un enorme mercadillo con las cosas más variadas de todo el reino. 
Ron había sido un joven corpulento, de piel morena, con una mata de pelo castaño, todo esto aderezado con una simpatía y sentido del humor natural. Su padre le enseñó los oficios de leñador y labrador. Como buen hijo, él se entregó a esos menesteres en cuerpo y alma. Ahora, con sesenta y cuatro años, era el carpintero más reconocido de Noridor, aunque ya no talaba tantos árboles como antes. Su pelo había desaparecido dejando en su lugar una brillante calva que Emma adoraba. Su sentido del humor y su disposición para ayudar a los demás aún la tenían hechizada. 
—Mi amor, tenemos que ir a la plaza del pueblo. 
—¿Y eso? —preguntó Emma, imaginando el motivo. 
—Esto… —titubeó—. Tengo que comprar… Necesito comprar unas herramientas. 
—¿Herramientas? —La mujer arqueó una ceja. 
—Sí, necesito herramientas. —Sabía que sospechaba porque nunca se le había dado bien mentir. Ya advirtió a Renata y a los demás, pero no le hicieron caso. 
—Está bien. Dame un minuto y estaré lista. 
—Seguro —masculló entre dientes—. Cada vez que dices eso, pasan horas antes de que estés lista. 
—No masculles, viejo decrépito —rio Emma—. Soy una mujer, y como tal, debo hacerte esperar. Así que sal de la habitación y deja que me arregle —le guiñó un ojo. 
—¡Sí, señora! —bromeó—. La espero durmiendo en el salón —agregó soltando una agradable carcajada. 
Más de una hora después, la pareja paseaba por el pueblo. Las calles de Noridor estaban construidas en diseño circular, de manera que todas desembocaban en la plaza central, donde se congregaban la mayoría de los comercios. Las casas, pequeñas y acogedoras, eran de madera y piedra, pintadas con colores alegres. Sus tejados, rojos y naranjas, estaban inclinados para protegerlos de las nevadas y las lluvias en los fríos días de invierno. 
Ron se paró antes de salir a la plaza, contó mentalmente hasta tres y dio un empujoncito en la espalda a su esposa. 
—¡Feliz cumpleaños! —exclamaron muchas voces al unísono. 
Emma sospechaba que prepararían algo, pero no de tal magnitud. Se sorprendió al contemplar cómo varias hileras de mesas recorrían la plaza de un extremo a otro. Había platos llenos de carne, fruta y verdura, y una gran cantidad de jarras de vino y cerveza. Ristras de coloridos farolillos colgaban de una orilla a otra cruzando la plazoleta, dándole un aire festivo y lleno de matices. 
Dado que no era una localidad muy extensa y llevaban juntos muchas generaciones, todos los habitantes se conocían. Emma y Ron eran una familia muy apreciada en la aldea por su bondad. Al no haber tenido hijos, ambos habían desarrollado un inmenso amor por los niños del pueblo, lo que les hizo ganarse el apodo de los «abuelos» de Noridor. Tal era el afecto que les tenían, que nadie quiso perderse su fiesta de cumpleaños. ¡Además, no todos los días un vecino cumplía sesenta y cuatro años! 
Renata y Annie, las mejores amigas de Emma, le prepararon un enorme pastel de frutas como regalo. 
—Sopla las velas y pide un deseo, Emy —le dijo Annie emocionada. 
Emma juntó las manos y cerró los ojos. Al soplar las velas pidió su deseo de siempre: tener un hijo. Nunca se había cumplido y, por más que lo intentaban y rogaban a los dioses, seguían sin conseguirlo. Aun así, eran muy felices y estaba agradecida por ello. 
Ahora, con su edad, la esperanza de que se cumpliera su anhelo había desaparecido. Era consciente de la imposibilidad de ambos para engendrar; no obstante, ella lo había tomado por costumbre. 
Ron le dio un efusivo beso en la mejilla y los más jóvenes los vitorearon. Ambos rieron y juntaron sus labios, recibiendo como recompensa los cálidos aplausos de todos los vecinos. 
El día transcurrió alegre y festivo hasta muy avanzada la noche. Poco a poco, los invitados se fueron a descansar y la plaza quedó en la más absoluta soledad. 
Ya en casa y metida en la cama, Emma no podía conciliar el sueño. Estaba inquieta y no entendía por qué. La fiesta fue un éxito y lo pasaron realmente bien... Ese hecho le hizo pensar en cuántos cumpleaños más les quedarían a ambos. 
Estuvo largo rato absorta en sus pensamientos hasta que, vencida por el cansancio, se quedó dormida. 
Unos golpes en la puerta la despertaron. Sobresaltada, miró a su esposo, que dormía plácidamente a su lado. 
—Ron, alguien ha tocado. ¡¡Ron!! ¡¡Despierta!! —exclamó zarandeándolo. 
—¿Qué quieres, mujer? ¡Déjame dormir! —balbuceó entre sueños. 
—Ron, ¡han llamado a la puerta! 
—Lo habrás soñado, vuelve a dormir. 
Nuevos golpes sonaron, esta vez más fuertes. 
—¿Lo ves? Están llamando otra vez, ve a ver quién es —pidió ella dándole un toquecito en la espalda. 
Ron se levantó de la cama y se dirigió a la puerta fingiendo estar tranquilo, aunque estaba un poco preocupado. ¿Quién iba a tocar en su portillo a esas horas de la noche, si no era para algo malo? 
—¿Quién es? 
Silencio. 
—¿Hola? ¿Quién es? 
Al no obtener respuesta, se dio la vuelta para regresar a la cama. Estaba un poco enfadado; cuando volvió a escuchar golpes. 
—¡Pero bueno, ya vale con la broma! ¡¿Quién es?! —su voz sonó más enfadada de lo habitual, pero nadie contestó. 
Cansado de preguntar y obtener el mutismo por respuesta, abrió la puerta pensando que sería una broma de algún niño travieso. Cuál fue su sorpresa al contemplar lo que tenía ante sus ojos. 
Un remolino de sentimientos se mezcló e invadió su ser. Ante sus ojos se hallaba la respuesta a más de treinta años de plegarias, el mejor regalo que nadie podía desear. 
Se quedó perplejo, sin saber qué hacer o qué decir. Solo gritó y volvió a gritar como un desesperado. 
—¡Emma! ¡Emma! ¡Ven! ¡Ven! ¡Rápido! ¡Corre! 
Su mujer, presa del pánico, se apresuró hacia la puerta imaginando lo peor. Al llegar, un sofoco inmenso llenó su anciano y frágil cuerpo. La vista se le comenzó a nublar y, acto seguido, se desmayó. 


2
EL DESPERTAR 




Emma yacía en el suelo inconsciente. Ron, arrodillado a su lado, era presa de una mezcla de sentimientos. Su mayor deseo había sido concedido, algo inimaginable. 
La anciana se agitó. Un ruido la hizo volver en sí. Oía un llanto lejano, como el sollozo de un bebé. De repente cayó en la cuenta y se incorporó de inmediato. Su esposo la miraba con cara de satisfacción. En sus brazos había un rollizo bebé de ojos grandes y verdes. Una suave manta de lana marrón lo cubría. 
—¿Ron? ¿Qué…? ¿Qué…? —La voz le fallaba y no podía articular palabra alguna. 
—Nuestras plegarias han sido escuchadas, mi amor —le susurró henchido de orgullo. 
—Pero… ¿Cómo? ¿De quién es? 
Temblaba, pero se obligó a sí misma a recuperar la calma. 
—Es una niña, mujer. Alguien la ha dejado en nuestra puerta. Es un regalo de los dioses. 
Emma cogió a la criatura en sus brazos sin poder creerlo. ¡Una hija! Después de tanto tiempo deseándolo, por fin las divinidades se lo habían concedido. ¡Era un milagro! 
—¿Qué es esto? —preguntó Ron, al mismo tiempo que cogía un paquete verde. Algo abultaba en su interior—. Veamos qué es. 
Lo abrió. En el interior encontró dos cartas y un anillo. Una iba dirigida a ellos. 
—Debe ser de la madre, que nos deja una nota —aventuró. 
Se miraron y procedieron a leer su contenido, el cual decía: 


«Queridos Emma y Ron: 
Sé que siempre habéis deseado tener un hijo, pero la providencia no os lo ha concedido. Por eso el destino ha querido que os encontrase. Yo, por motivos que algún día comprenderéis, no puedo criarla, pero sé que seréis buenos padres. La cuidaréis y la educaréis para que sea una persona bondadosa y respetuosa. Instruidla para que haga el bien. Os ruego que la llaméis Katia, pues ese es su nombre. 
En el interior del sobre encontraréis un anillo y una carta. El undécimo día de junio, dentro de dieciocho años, entregádsela. Hacedlo antes de que el reloj marque la medianoche y concluya el día de su cumpleaños. Entonces, y solo entonces, deberéis decirle la verdad. Es muy importante que así sea. Confío en vosotros. Sé que lo haréis bien. 
No temáis por el tiempo, no mellará en vosotros del mismo modo que en los demás. Envejeceréis, sí, pero a un ritmo más lento. 
De nuevo os pido que le enseñéis la bondad y el amor por el que sois de sobra conocidos. 
Con mis mayores esperanzas: Noa, Guardiana de la Tierra.» 

Los ancianos, asombrados por lo que acababan de leer, permanecieron en silencio mientras asimilaban el contenido. Pasaron varios minutos antes de que Emma hablara: 
—Ron, es la Guardiana de la Tierra. Ni más ni menos que un ser elemental. 
Él cogió el anillo y lo contempló absorto. Tenía engarzada una esmeralda en el centro. Sus pensamientos se aglomeraban en su mente sin un orden concreto. No podía creerlo… No sabía qué contestar. 
—Ron, ¿me has escuchado? 
—Sí, Emy —asintió escueto. 
—Es una Guardiana. Ni siquiera creía que fuesen reales. Pensaba que eran leyendas, cuentos para no dormir. Yo… —Su voz se perdió en su interior. 
Ambos estaban desconcertados a la vez que emocionados. Su mayor anhelo había llegado de la manera más insospechada. 
—Bueno, haremos lo que dice la carta —decidió Ron al cabo de un rato—. La educaremos como si fuese nuestra, pero ocultaremos sus orígenes. Solo diremos que nos la dejaron en la puerta. No se hablará más de la carta ni del anillo hasta que la niña cumpla dieciocho años. ¿Lo has entendido? No sé cómo vamos a hacerlo, pero… lo haremos, Emy. Seremos buenos padres, aunque tengamos edad para ser abuelos —rio mientras miraba con dulzura a la pequeña—. Tengo un buen presentimiento. 
—Sí. Nadie sabrá nada. Es una niña preciosa. 
Emma no podía dejar de mirar a la pequeña, que dormía plácidamente en el regazo de la que, a partir de aquellos instantes, sería su madre.

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